
Por Erika Gonzalez
La globalización es definida por Manuel Castell, en su libro La Era de La Información, como un proceso mediante el cual se amplia el ámbito de circulación de personas, bienes materiales y símbolos. De ser así podemos decir que el proceso de globalización se inicio con las expediciones de los grandes imperios europeos cuando se planteaban la mundialización, entendida como la expansión de sus territorios.
Con el paso del tiempo, llegó la primera revolución industrial con la máquina de vapor; la segunda con la electricidad y la tercera se abrio paso de la mano de las tecnologías de la comunicación, la información y el entretenimiento. En tal sentido, nuestro mundo se comunica hoy de un modo virtual, y a la experiencia física de él, le sigue una experiencia imaginaria; así, lo que esboza Mattelar[1] quien pone de manifiesto que existe, de hecho, una influencia que se desplaza en todos los ámbitos.
Hoy vemos que la liberalización del comercio tiene ganadores y perdedores, y entre los ganadores están las empresas transnacionales que inspeccionan el globo en busca de nuevos mercados, competidores débiles, recursos baratos y costos operativos bajos. Esas compañías tienen acceso privilegiado e influencia sobre los gobiernos y sus negociadores en materia de comercio, lo cual les permite hacer y deshacer las reglas de la economía global según la conveniencia de sus intereses comerciales. Todo esto, muchas veces, a costa de las comunidades, las economías locales y el medioambiente.
El poder empresarial se ha fortalecido enormemente en las últimas décadas, y las compañías han conseguido eludir todo intento de regulación y control de su comportamiento. Estas compañías han adoptado con éxito el concepto de desarrollo sustentable, al tiempo que han logrado extender sus prácticas insustentables en la agricultura, los recursos hídricos, la minería, la energía, la industria farmacéutica, la industria química y el transporte. Han promovido exitosamente la idea de los códigos de conducta voluntarios mientras continúan contaminando, explotando y degradando el medioambiente en todo el planeta.
A la par de estos hechos, han comenzado a reaccionar miles de personas y organizaciones de distinta índole en el planeta, que frente a la impotencia de los Estados-Nación ante la expansión global del sistema capitalista, alzan su voz en modo de protesta. Una respuesta social que aún puede considerarse desorganizada, pero firme e intensa, en favor de un conjunto de valores de carácter universal, nacional e incluso subnacional como son los derechos humanos; la protección del ambiente y la democracia. A partir de varias de ellas, surgen elementos importantes para constituir el eje vertebral de una identidad que incita distintas formas de resistencia que van desde la concientización hasta medidas violentas de corte terrorista.
[1] Mattelart plantea que la mundialización debe ser entendida como un proceso que va mas allá de la masificación de las marcas, debe tomarse en cuenta “la experiencia vivida”. (pp. 116-117)
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