jueves, 26 de agosto de 2010

Del viejo Pacman al nuevo Frankestein

Todos, jóvenes y mayorcitos recordamos la simpática pelotica de un solo ojo y una enorme bocaza que se mueve por toda la pantalla devorándose cuanto se encuentra a su paso.


Para la mayoría no pasa de ser un inofensivo dibujito para el entretenimiento casi onanístico (por lo de solitario) en los ratos de ocio.

Pero qué equivocamos estamos. Alguien dijo una vez que lo que el ser humano era capaz de imaginar, tenía toda la posibilidad de convertirse en realidad.

Es por ello que no extraña una información suministrada por la BBC en su página a web donde se refiere a un experimento desarrollado por los científicos de la Universidad de Michigan, según la cual le han dado vida a los “avidans”, una  nueva forma de existencia, una especie digital que se encuentra, por ahora, confinada en un mundo virtual denominado Avida.

Estos seres tienen varias características interesantes: pueden copiarse a sí mismos, se clonan de manera voluntaria y compiten, como cualquier otra especie por los recursos. Y en esa lucha mutan y evolucionan; es decir se adecúan al medio donde están y se transforman para sobrevivir.

¿Y de qué se alimentan? Pues, nada menos y nada más, que de “velocidad de procesamiento”.

Ya han desarrollado memoria y pueden extrapolarse a otros terrenos. Por ejemplo, los investigadores, emocionados se dieron cuenta que podían seguir la luz, entonces copiaron su código (que bien podríamos denominarlo “genético digital”) y lo colocaron dentro de un robot. Y, oh sorpresa, el aparato comenzó a seguir la luz como por arte de magia.

Decía la cangura, lidereza violenta, de la historia del elefantico Horton, interesante cuento infantil escrito por el estadounidense Theodor Seuss, que lo que no “puedes ver ni escuchar no existe”, razón suficiente para arrasar un mundo completo que estaba bajo la protección del sensible paquidermo.

En el caso de los virus que han agredido a la humanidad durante siglos, nadie parecía podérseles oponer por desconocerlos. Sólo se les pudo hacer frente cuando a comienzos del siglo XVII, el italiano Galileo Galilei y el holandés Zacharias Jannssen montaron sus primeros microscopios.

Ahora la cosa no es menos dramática, según las informaciones de las revistas científicas estos investigadores de Michigan están creando una nueva forma de vida. No es que respire, ni que tenga un corazoncito que bombee sangre en su cuerpo compuesto por impulsos eléctricos. Simplemente están en una plataforma que no podemos tocar pero que todos utilizamos en nuestras computadoras, teléfonos, libros digitales, rastreadores, y todo lo que tenga que ver con la era electrónica.

En medio de las cargas de energía, estos nuevos Frankesteins dejarían perpleja a la londinense Mary Shelley, quien al pensar en el monstruoso ser creado en un laboratorio nopestañeo para escribir: “… sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del creador del mundo”.

Y es que la vida a partir de la inteligencia artificial es un tema que cada vez está más sobre la palestra las reflexiones que hiciera el cineasta estadounidense Stanley Kubrick en la película “Inteligencia Artificial”, cuando una de las científicas se voltea a la cámara y pregunta: ¿y si creamos una nueva vida, quién se va a hacer responsable de ella en los años que vendrán? Claro, Kubrick falleció en pleno rodaje y lo que  amenazaba con ser una pieza cinematográfica de dura crítica se convirtió en una pinochetada por extraterrestres incluidos de la mano de Spielberg.

Lo cierto es que estos nuevos seres “ávidos” de velocidad de procesamiento pueden encontrar en su camino evolutivo muchas máquinas qué fagocitar, y pueden transformarse, sin tomar en cuenta las famosas tres leyes de la robótica instauradas por Isaac Asimov por la década de los 40 en el siglo pasado, en un peligro sin vacuna.

Aquello de que un robot no debe dañar a un ser humano o por su inacción permitir que sufra, no tendría razón cuando se trata de una nueva forma de vida por encima de un aparato mecánico.

Los avidans podrían convertirse en los nuevos frankesteins del siglo XXI, una información que trae cola y que seguramente van a tratar de desaparecer  porque lo que no se ve ni se oye, no existe.

Carlos Zavarce

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